Decía Douglas Adams en su impagable Guía del autoestopista galáctic
o que volar era un arte fácil, que solo requería una habilidad: aprender a arrojarse contra el suelo… y fallar. El domingo, Félix Baumgartner
consiguió aplicar esa receta al menos durante 10 interminables minutos.
Voló mucho más alto y más rápido que cualquier avión comercial,
protegido solo por un traje a presión similar al de un astronauta. Con
ello consiguió batir dos de las tres marcas
que se había propuesto: salto desde máxima altura y máxima velocidad de
caída; el tercero no pudo ser y sigue en
poder de Joseph Kittinger, quien lo estableció allá por el año 1960.
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